Vivimos en el primer cuarto del siglo XXI un tiempo en el que el conocimiento, la tecnología y la innovación avanzan de manera imparable colocando a la civilización ante enormes retos en áreas como la energía, la digitalización, las comunicaciones, el transporte, la salud y la producción de alimentos.

Los avances en estas áreas esenciales pueden ser doble filo, ofreciendo soluciones innovadoras a problemas antiguos, pero a la vez se desencadenan cambios disruptivos con impactos profundos en la vida laboral, las interacciones sociales, las formas de ocio y nuestra relación con el medio ambiente. Estos cambios, que pueden gestar tensiones sociales significativas y ampliar las brechas de desigualdad entre países e individuos, es posible que deriven en conflictos de gran alcance y es por ello que hemos de anticipar y abordar estos desafíos para prevenir sus efectos negativos.

Las instituciones educativas y los centros de investigación tienen una gran responsabilidad en este contexto dinámico. Deben servir, conjuntamente con las instituciones y la sociedad civil organizada, como faros de luz que guíen a la sociedad a través de las aguas agitadas de esta acelerada transición. La misión de estas entidades es doble: por un lado, mitigar los efectos adversos de la rápida evolución tecnológica y, por otro lado, contribuir al avance del conocimiento y la comprensión de la sociedad sobre estos fenómenos procurando no generar más brechas generacionales y / o entre países.

Se trata adquirir, formar y adoptar las nuevas herramientas tecnológicas y de participar activamente en los procesos destinados a su implementación incorporando los cambios en las estructuras productivas y de gobernanza existentes para ganar en eficiencia y competitividad a la vez que estar en la disposición de asumir los cambios culturales requeridos lo que sin duda nos exige esfuerzo, determinación y una planificación adecuada. Para los individuos, esto significa una reconfiguración de creencias, adaptación a nuevas normas sociales y el aprendizaje para convivir con realidades que serán, sin duda, radicalmente diferentes a aquellas en las que nos formamos. Estos cambios pueden derribar viejos paradigmas a la vez que asentar nuevos sistemas de valores, transformar profesiones, modificar sistemas productivos, administrativos y de gobernanza, así como alterar modos de vida en los que hasta ahora nos sentíamos “cómodos”.

Aquí es donde la educación continua, el diálogo intergeneracional, la divulgación científica y una comunicación efectiva se vuelven indispensables para lograr que la transición cultural sea inclusiva y no erosione la cohesión social.

Desde la Sociedad Económica de Amigos del País asumimos el compromiso de contribuir a iluminar los caminos, procurar las herramientas precisas para que nuestra Isla no quede atrás en este proceso de cambio y para ayudar a minimizar los impactos negativos que nuestros conciudadanos puedan percibir de esta acelerada transición tecnológica. Se trata en suma de asegurar que nuestra isla y sus gentes no solo mantengan el ritmo, sino que se anticipen y adapten a los cambios profundos en los que está inmersa la sociedad global, esforzándonos por informar y motivar a la sociedad civil a involucrarse activamente, a tomar decisiones informadas, a prevenir riesgos y aprovechar las oportunidades que surjan a la vez que  estimular el espíritu emprendedor  y de superación fomentando el desarrollo de una conciencia crítica y participativa que esté en armonía con esta nueva era de intenso fervor científico y tecnológico.

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